El viernes, al final del día, es una noche grande, luminosa

Nadia Contreras
2 min readJan 16, 2021
Photo by Taryn Elliott from Pexels

Veo los viernes con cierta esperanza. Apago la computadora, silencio las notificaciones del celular y me visto con la ropa más cómoda. El objetivo: dejar de sentir el peso de la semana, el peso de la edad, el cansancio. Hay algo de incomodidad frente a la computadora. Si no la espalda, el cuello, o la distancia que hay entre mis ojos y la pantalla. Me toca aguantar la claridad de los rostros de mis alumnos o las manchas que se mueven en ese cuadro minúsculo mientras pretendemos el diálogo.

El viernes, al final del día, es una noche grande, luminosa como para mirar desde una terraza, el movimiento de la ciudad, las conversaciones, esos posibles encuentros amorosos o desencuentros. Siempre pienso en esas posibilidades, en esos choques emocionales. Caigo en la cuenta: la felicidad no debería romperse, no debería deteriorarse, pero la vida, como un principio y un final, siempre se está marchando.

Intento extraer las cosas de las que uno no podría alejarse, una pregunta, una frase de la que ha salido oscuridad o luz. Martes y miércoles de fijaciones en el tiempo, el destino, las otras vidas. Una profusión de mensajes, de movimientos, de transformaciones. Imposible repetirse si algo nos ha deslumbrado. ¿Cómo renunciar a eso? La semana se acorta. Fue como darle el alma. Con pocas personas llego a esa complicidad de ideas y encontrar en la distancia una amistad, un acompañamiento incondicional.

El viernes ha comenzado a construirse. Mis alumnos se marchan, apagan sus cámaras, sus computadoras y se inventarán una noche y la fugacidad del fin de semana. Me quedo en medio del pensamiento y en la sensación de quedarme poco a poco sola, sin más sentido que estar en medio de la habitación como quien resucita después de días y días de simulaciones. Sí, la gran simulación: pretender que la muerte es un fantasma y pasa sin mirar a las personas que amo, sin mirarme.

Siempre me imagino un viernes así: abrir un libro o mirar una película. Hace mucho que las fiestas y los lugares ruidosos chocaron contra mí. Junto al hombre que amo, adentrarme en esas otras vidas, en esa emoción imborrable de conocer y recorrer una ciudad, una plaza, una habitación. Ser poco a poco esos personajes que celebran cumpleaños, que se inventan fechas para explorar montañas altísimas, o que van y miran un espectáculo. Me gusta pasar de tal modo los viernes, en constante viaje, dentro de mi casa, encerrada, mirando los mismos muros blancos. Sólo que esto no lo creen mis alumnos. Les digo que la imaginación es mágica, pero no me creen. De alguna manera, es la manifestación de la divinidad.

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