La palabra muerte se multiplica sin ninguna contención

Nadia Contreras
3 min readJan 2, 2021

Estoy tendida boca abajo en la cama, he colocado una almohada debajo de mi torso para que mis manos alcancen sin problema el teclado de la computadora. Miro de frente a la ventada donde Tomasa se ha encargado de impedir el paso del sol. Eso sí, la claridad del día es notable y se agradece. El frío ha estado bárbaro.

La fiesta de fin de año terminó y lo que queda es el sentimiento de una enfermedad que no sabemos si realmente, algún día, nos dejará. Si no hay una versión adecuada de cómo comenzó, su final, parece un cuento de hadas. Tantas cosas que hay en el mundo, tanto avance en la ciencia, por referirme sólo a ese campo, y nada logró impedirla. ¿La vacuna, lo hará? Lo que pesa sobre ésta es el tiempo de espera para ver su efecto. ¿Podremos reunirnos en un auditorio, por ejemplo, sin cubrebocas, cumpliendo la vida que conocíamos antes de la pandemia? He aquí lo incomprensible.

Soñé esto que ahora les voy a contar. Estábamos en una especie de estadio. Nos acompañaban la emoción, los gritos, la fuerza de algo que el sueño no completó y las imágenes son manchas en la pantalla nívea. No portábamos cubrebocas. No solamente yo, todos los que estábamos allí. Pregunté a las personas que estaban a mi alrededor la razón por la cual no traíamos cubrebocas pero nadie entendía el mensaje, menos mi desesperación, mi locura. ¡Es que estamos enfermos!, gritaba. “El hombre es un animal enfermo”, decía Unamuno. ¿Qué sucede?, le dije a Alfredo [era Alfredo, mi marido]. Nada, así hemos vivido siempre. ¿Enfermos? ¡Sí, enfermos! Pero ¿en qué momento? ¡Ya deja de gritar, por favor! ¡Deja de gritar! Mira, lo que deberías de hacer, indicó, es formarte para recoger los abrigos. Entré a la sala pero no sabía qué hacer. ¡Cómo voy a saber cuáles son nuestros abrigos!, grité, mientras movía la montaña gigante de ropa de invierno. Otras personas llegaban y salían rápidamente, pero yo no entendía lo que estaba haciendo ni por qué. Era como estar envuelta en una sombra espesa; una sombra con la firme decisión de asfixiarme.

¡Qué maravilla sabernos en un nuevo año! ¡Qué terrible estar de nueva cuenta frente a la muerte! No hagas planes que sobrepasen los catorce días. Es más, Alfredo, vivamos el momento. La muerte desde que nacemos está detenida en nosotros. No nos persigue, no como un reflejo. Está dentro de nosotros como un pequeño monstruo. Sabe el momento y la hora precisa. Hay, sin embargo, cierta predisposición a las explicaciones y fórmulas. Ejemplo: si mi bisabuela y mi abuela tuvieron una vida longeva (mi bisabuela superó los 106 años), entonces mi madre también, por lo tanto, también yo tendré una vida muy larga. Sí, tal vez, pero con la pandemia, la vida es una broma y, alguien, con suma destreza, borró los deseos y las ilusiones más profundas.

Sigo acostada boca abajo. Veo desde aquí, la discordancia de los escenarios. El año, éste que inicia, ya parece viejo frente al abismo. En fin, la palabra muerte se multiplica sin ninguna contención.

Foto de Malte Luk en Pexels

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