Pudimos abrazarnos fuerte
La escritura sana y salva. Es el lema de Bitácora de vuelos, la editorial que fundé y dirijo, y es de alguna manera, lo que hasta hoy me sostiene y me levanta. No puedo decirles cuántas veces la lectura y la escritura me han conducido por caminos benévolos, estables. Los días se tuercen y vuelvo a la palabra escrita; me desahogo hasta encontrar sosiego tal como ocurre con el llanto. El escritor español Use Lahoz dice: “Escribir ayuda a comprender y a ordenar el desorden. Escribir equilibra. Escribo para encontrar sentido al sinsentido”.
Leer y escribir nunca nos harán daño; podrán decirme que sí, que muchos empuñaron una pistola, un rifle, un arma biológica después de leer un libro, pero eso es otra cosa. Y retomo la escritura, lo confieso ahora, porque la vida me parece incómoda, traicionera. Le he apostado a la vida, es decir, a vivir, a no dejarme vencer por nada, ni por aquella antiquísima idea de suicidio. Ahora, me tambaleo.
Considero que con los míos, que pueden ser paraíso e infierno a la vez, hay una fuerza que poco a poco nos ha afianzado. Somos en sí una familia interesante; las experiencias, las historias, aunque intrincadas, se alejan por mucho de lo monótono. Evitamos caer en ciertos temas o contribuir en acaloradas discusiones, pero nada, de pronto, parece cortar el ritmo, la carcajada, la música.
Sí debo de confesar que me ha costado integrarme al grupo familiar, como me cuesta integrarme al resto del mundo. Mi mundo, el interno, se aparta del bullicio. ¿Qué decir, qué responder, cómo salir de mí misma, cómo pertenecer? Algo, en el medio, está roto. Mi lugar perfecto es la casa donde tengo lo que amo. Pero qué ironía: llenar la agenda de compromisos para salir, alejarme de la depresión, del incesante malestar que me hunde.
Vuelvo a la escritura porque una vez más el equilibrio se ha ido al traste. ¡Qué necedad de hacer saltar las astillas! El problema no sólo es el hecho: ella, gritándome a los cuatro vientos porque me negué a mostrar algo que me parece íntimo, que incluso me avergüenza. Ella, desbordada en gritos y llantos porque no quise ahondar en lo que me pareció en ese momento, menos oportuno, menos atinado. El resto de la cena, se giró, nos dio la espalda, nos ignoró por completo. Su incendió ya estaba hecho.
A distancia, parece una acción inofensiva, de berrinche. Sí, ella se emberrinchó como niña chiquita. Pero con ese berrinche, con ese pataleo, volvieron las batallas de la infancia, en donde ella es una persona sumamente alta, fuerte, poderosa, que pondrá su pie en mi cuello y me obligará a actuar a su modo, a respirar a su ritmo, a decir las cosas con el énfasis de su lengua. El rol que ella jugó estuvo lejos de ser amable, tierno, amoroso. Hubo grietas, lesiones que abrieron la piel, el corazón, el alma. ¿Qué sucedió realmente? ¿Me esperabas para ser, el algún momento, amigas inseparables? ¡Qué ridiculez que yo esté llorando por esto! Supongo que el pasado no se borra, supongo que es imposible reiniciar la memoria, a no ser que me atrape algunas de esas alteraciones o síndromes que lo eclipsan.
Me dolieron sus gritos, sus desplantes; me dolió que tirara al vacío el plan que habíamos realizado para pasar la tarde en familia, cambiar el paisaje de la casa por otro, bajo un nuevo cielo oscurecido, la música de guitarras al fondo; me dolió que ese ser manipulador, truculento, malvado, se hiciera presente como hace tantos años. Pudimos haber cantado, como lo habíamos hecho la noche anterior; pudimos abrazarnos fuerte, porque en el abrazo está la anergía que nos reconcilia, que acorta las distancias. Aquí estoy frente a la infancia con sus demasiados abismos. Y los fantasmas de la adolescencia, la juventud cuando entendí que podía liberarme. Por eso, te fuiste a vivir tan lejos. Sí, por eso, respondí en aquel entonces.
El incidente ya pasó, pero lo que no se ha ido es este puñetazo directo en la cara, porque no lo puedo llamar de otra manera. Será que me he esforzado para que esto funcione; me he esforzado para que los días sean redondos, perfectos, y que el pasado se quede en el pasado que es. Y de golpe, todo está aquí, porque si le quito la miel a los años más recientes, está el jaloneo, los rasguños implícitos, la tunda que nos tensa continuamente.
Supongo que así serán los próximos días, meses, años. No sé. Las cosas seguirán y nuestro fingimiento, la sombra de la mentira para sobrellevar los días, cargarlos sin que pesen demasiado. Y la lectura y la escritura. Sí, su poder para sanar, para vivir. Mi lugar más seguro.
Considero que con los míos, que pueden ser paraíso e infierno a la vez, hay una fuerza que poco a poco nos ha afianzado. Somos en sí una familia interesante; las experiencias, las historias, aunque intrincadas, se alejan por mucho de lo monótono. Evitamos caer en ciertos temas o contribuir en acaloradas discusiones, pero nada, de pronto, parece cortar el ritmo, la carcajada, la música.
Sí debo de confesar que me ha costado integrarme al grupo familiar, como me cuesta integrarme al resto del mundo. Mi mundo, el interno, se aparta del bullicio. ¿Qué decir, qué responder, cómo salir de mí misma, cómo pertenecer? Algo, en el medio, está roto. Mi lugar perfecto es la casa donde tengo lo que amo. Pero qué ironía: llenar la agenda de compromisos para salir, alejarme de la depresión, del incesante malestar que me hunde.
Vuelvo a la escritura porque una vez más el equilibrio se ha ido al traste. ¡Qué necedad de hacer saltar las astillas! El problema no sólo es el hecho: ella, gritándome a los cuatro vientos porque me negué a mostrar algo que me parece íntimo, que incluso me avergüenza. Ella, desbordada en gritos y llantos porque no quise ahondar en lo que me pareció en ese momento, menos oportuno, menos atinado. El resto de la cena, se giró, nos dio la espalda, nos ignoró por completo. Su incendió ya estaba hecho.
A distancia, parece una acción inofensiva, de berrinche. Sí, ella se emberrinchó como niña chiquita. Pero con ese berrinche, con ese pataleo, volvieron de pronto, las batallas de la infancia, en donde ella es una persona sumamente alta, fuerte, poderosa, que pondrá su pie en mi cuello y me obligará a actuar a su modo, a respirar a su ritmo, a decir las cosas con el énfasis de su lengua. El rol que ella jugó estuvo lejos de ser amable, tierno, amoroso. Hubo grietas, lesiones que abrieron la piel, el corazón, el alma. ¿Qué sucedió realmente? ¿Me esperabas para ser, el algún momento, amigas inseparables? ¡Qué ridiculez que yo esté llorando por esto! Supongo que el pasado no se borra, supongo que es imposible reiniciar la memoria, a no ser que me atrape algunas de esas alteraciones o síndromes que lo eclipsan.
Me dolieron sus gritos, sus desplantes; me dolió que tirara al vacío el plan que habíamos realizado para pasar la tarde en familia, cambiar el paisaje de la casa por otro, bajo un nuevo cielo oscurecido, la música de guitarras al fondo; me dolió que ese ser manipulador, truculento, malvado, se hiciera presente como hace tantos años. Pudimos haber cantado, como lo habíamos hecho la noche anterior; pudimos abrazarnos fuerte, porque en el abrazo está la anergía que nos reconcilia, que acorta las distancias. Aquí estoy frente a la infancia con sus demasiados abismos. Y los fantasmas de la adolescencia, la juventud cuando entendí que podía liberarme. Por eso, te fuiste a vivir tan lejos. Sí, por eso, respondí en aquel entonces.
El incidente ya pasó, pero lo que no se ha ido es este puñetazo directo en la cara, porque no lo puedo llamar de otra manera. Será que me he esforzado para que esto funcione; me he esforzado para que los días sean redondos, perfectos, y que el pasado se quede en el pasado que es. Y de golpe, todo está aquí, porque si le quito la miel a los años más recientes, está el jaloneo, los rasguños implícitos, la tunda que nos tensa continuamente.
Supongo que así serán los próximos días, meses, años. No sé. Las cosas seguirán y nuestro fingimiento, la sombra de la mentira para sobrellevar los días, cargarlos sin que pesen demasiado. Y la lectura y la escritura. Sí, su poder para sanar, para vivir. Mi lugar más seguro.
Supongo que así serán los próximos días, meses, años. No sé. Las cosas seguirán y nuestro fingimiento, la sombra de la mentira para sobrellevar los días, cargarlos sin que pesen demasiado. Y la lectura y la escritura. Sí, su poder para sanar, para vivir. Mi lugar más seguro.