Todo se vuelve incongruente

Nadia Contreras
2 min readJan 8, 2021
Foto de Anastasia Shuraeva en Pexels

Tomo distancia de las cosas alegres o felices del mundo. No quiero decir que dé la espalda a estos momentos de éxtasis. No, incluso, disfruto ese aleteo de palomas en mitad del pecho. Obedezco a la sentencia de que la vida se ha reducido a un par de semanas. Si me levanto hoy, posiblemente no me levante la semana próxima o el hombre que amo, mi padre, mi madre. Y ¿quién puede llamarle a esto vida?

Nunca he sido una persona que irradie una felicidad endemoniada; nunca me he sentido poseída por ella. No dudo que en algún momento me haya precipitado hacia su fuerza irrompible. Pero ¿dónde están esos registros?

Vuelvo a ciertos episodios de la infancia, de la adolescencia, de la juventud, y no encuentro aquello que hubiera podido empujarme a la inquietud, al grito, al aplauso, a la carcajada. Tal vez nunca verdaderamente escapé del dolor, porque nacer, es lo verdaderamente destructivo.

Es como estar apagada, como si las voces de pronto no las escuchara o si las escucho, están veladas por una pantalla blanca o negra.

Es esta la distancia que tomo ante la felicidad. ¿Para qué experimentar emociones si en cualquier momento se escaparán? ¿Para qué pensar en su fuerza como un estímulo, si todo se vuelve incongruente, incluso la sensibilidad del cuerpo, las regiones donde el dolor se agudiza? Pero mantenerme lejana de sus arrebatos me da cierta estabilidad y lo que quiero en este momento es estabilidad y confianza hora a hora.

Si doy rienda suelta a la felicidad, me sentiré abrumada frente al destino de muerte. No busco establecer otro tipo de fuerza entre las personas que se atreven a curarme, sólo la necesaria, para mantenerme unida a la tierra. Así no perderé la cabeza, así no tendré, como otras tantas veces, buscar y unir mis fragmentos.

--

--